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Ocio y Cultura 08/08/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'El hermano bastardo de Dios' de José Luis Coll

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Es una novela autobiográfica de José Luis Coll (humorista que nació en Cuenca en 1931), donde recuerda su infancia en Cuenca durante la guerra civil española.

En 1986 esta novela se llevó a película de la mano del director de cine Benito Rabal.

Detalle portada del libro 'El hermano bastardo de Dios' de José Luis Coll

1. Extracto 1

—¿Y cómo lo van a matar, tío? 
—Fusilándolo. 
—¿Qué es fusilar? 
—Le ponen junto a una tapia y le dan tiros hasta que muera. 
—¿Y si no hay tapia?

2. Extracto 2

Esos viejos que son los mismos viejos de todos los parques del mundo, que se sientan muy juntos para recordar el calor en invierno y para que no se les olvide el calor en verano. Esos viejos de garrota blanca, de barbilla apoyada, traje de pana de color confuso, que nos miran a los niños sabiendo que estamos y que así fueron.

3. Extracto 3

Me crie con mis abuelos y tíos porque, según llegué a entender, mi madre era no sé cómo de política, y había un jefe que no le dejaba estar cerca. Nunca entenderé qué le hice yo a aquel jefe para que no le dejara a mi madre estar con nosotros. Ni siquiera lo conocía. Pero debía de mandar mucho, porque supe que había muchas madres y padres que no estaban con sus hijos por culpa de aquel jefe. Con frecuencia oía hablar de rojos y nacionales, pero no sabía distinguir los unos de los otros.

4. Extracto 4

Pepito disponía de una enorme casa, de dos plantas. En la parte baja estaba la habitación fascinante. Pepito tenía, para él solo, una habitación con juguetes. Y una vez a la semana, los sábados, dejaba que los amigos del barrio, los siete u ocho que éramos, viéramos sus juguetes, sin tocarlos.

5. Extracto 5

A un niño de siete u ocho años no le agrada que lo pongan de rodillas y le pasen, una y otra vez, una especie de peine de madera para quitarle los piojos. Pero ella me sobornaba, a peseta el piojo. Más de una tarde salía de casa tan contento, después de la operación, con mis seis o siete duros en el bolsillo.

6. Extracto 6

Y después de la operación sarna, pasábamos a la operación chinches. Había que quemar con papeles las junturas del somier, después de haberlo sacudido contra el suelo, que quedaba plagado de bichitos rojo-oscuros con olor a almendras amargas. Mi hermano y yo nos lo pasábamos en grande aplastando chinches a zapatazos. Hasta hacíamos concursos de desafío por ver quién aniquilaba mayor cantidad de hemípteros.

7. Extracto 7

—Tú sabes que todos los países tienen un Gobierno. 
—¿Qué es un Gobierno? 
—Los hombres que mandan. Los que dicen lo que tienes que hacer y lo que tienes que pensar. Y si no haces lo que ellos dicen que tienes que hacer, te llevan a la cárcel. 
Y el Gobierno que tenemos aquí prohíbe, no deja que la gente crea en Dios. Por eso habrás visto que hemos escondido los santos y las estampas y los crucifijos. 

8. Extracto 8

—Un beso, güelita. 
—¿Un beso? —se interpuso mi abuelo—. ¿Sabes lo que estaba haciendo tu nietecito? ¡Lo he pillado vendiendo periódicos del Socorro Rojo! 
—¿Es posible? —exclamó mi abuela, falsamente sorprendida. 
—¡Lo que oyes! 
—¿Pero cómo has podido hacer una cosa semejante? ¡Aún no tienes edad para trabajar! 
—¿Y qué edad hay que tener para trabajar? —me aventuré a preguntar. 
—Ya te lo diré yo, cuando estemos a solas. 
—Es que me daban cinco céntimos por cada periórico que vendiera. 
—Periórico, no. Periódico. 
—Bueno, eso. 
—¿Y qué ibas a hacer con tanto dinero? 
—Pensaba regalarte unas medias. 

9. Extracto 9

—¿Se puede saber qué es lo que quieren? —Tenemos orden de registro. 
—Enséñemela. 
—No la hemos traído, ni falta que nos hace. Representamos al pueblo. 
—¿De qué pueblo son ustedes? —pregunté lleno de curiosidad. 
—Oye, niño, no me seas tonto chorra, porque te pego una patá en los cojones que sales por la ventana. 

10. Extracto 10

—¿Qué es esto? —preguntó uno de los soldados de zarzuela. 
Aquello no era otra cosa que nuestro cine Pate-Babi, una especie de doble compartimento metálico, con una bombilla y un rústico proyector, que se enchufaba a la red y nos permitía disfrutar con las aventuras de Mickey, Mini y la Betty Bo. 
—Así que con esto es con lo que se comunican ustedes con el enemigo, ¿no? ¡Fascistas de mierda! 
Mi abuelo, en mala hora, no pudo reprimir una sonora carcajada ante tamaño disparate. Pero la carcajada no llegó a ser tan extensa como él hubiera deseado. Aquel perspicaz de chaquetón de cuero, polainas de cuero, cerebro de cuero y pistolón al cinto, le propinó una bofetada de tal tamaño, que la mejilla izquierda le crecía poco a poco ante nuestras impotentes e incrédulas miradas. 
—¡Cobardes! ¿No les da vergüenza pegar a un anciano? ¿Es que no ven que esto es un juguete de los niños? 

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