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Ocio y Cultura 28/11/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'Pikoletos: la derrota de la ETA y la élite de la guardia civil' de Juan Jose Mateos

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"A finales de los años 70 la ETA había impuesto su ley de hierro en las provincias vascas y Navarra, especialmente en las zonas rurales. Sus continuos y feroces atentados estremecían al país y abrumaban al Estado. Y las fuerzas de seguridad (junto a los militares, sus dianas preferidas) se veían impotentes para contrarrestarla embestida criminal. En febrero de 1980, tras el atentado en Ispáster que acabó con la vida de seis guardias, comienza su actividad una nueva unidad de élite de la Guardia Civil: el Grupo Antiterrorista Rural (GAR) cuyos objetivos eran reconquistar el espacio público, dar seguridad a personas e instituciones, luchar contra la banda con nuevos métodos y llegar hasta el último rincón de las provincias vascas para sentar las bases de la información antiterrorista. En definitiva, acosar a la ETA y su entorno hasta su última madriguera. Treinta años después, invertidas las tornas, la ETA fue derrotada, aunque nunca lo reconociera. De la mano de Juan José Mateos, veterano de la unidad y víctima de la ETA, esta es la historia de su peor pesadilla y una de las causas principales de su desaparición: el GAR, a quien debemos gran parte de la victoria de la democracia contra la barbarie."



1. Extracto 1

1996, Vilaseca y la Pineda (Tarragona).
Recuerdo con pavor aquellas mañanas de diligencias inacabables, de puertas, en las que recogíamos denuncias sin parar y sin poder levantar la cabeza ni un instante. Para redactarlas utilizábamos la conocida “petrolera”, una viaja Olivetti de color gris que tampoco era de las más antiguas. Para los atestados siempre recurríamos al papel de calco, pues se necesitaban dos copias. Si te equivocabas, un mundo de adversidades se abría ante ti: había que borrar el original y la copia con tipex, una pérdida de tiempo inhumana. Y lo peor era que el sargento tenía guardados bajo llave un ordenador y una impresora que sin duda nos habría facilitado mucho las cosas. Pero los consideraba patrimonio exclusivamente suyo. 

2. Extracto 2

20 de Julio de 1996, atentado de ETA en el aeropuerto de Reus (Tarragona).
Yo apenas llevaba 25 días de servicio, tras mi salida de la Academia de Baeza, y carecía de experiencia; tenía 24 años.
Revise el baño se señoras y no encontré la bomba. Isabel estaba afuera, era guapa, joven y tenía el pelo largo y castaño. Su madre y su hija unos metros más allá en mitad del hall. Esperé noticias de mi compañero Sebastián que inspeccionaba el aseo de caballeros.
De repente, un sonido a tronador barrió el hall del aeropuerto. No sentí la explosión, pero si como todo se derrumbaba. A duras penas reconocí que estaba tumbado en el suelo. Una fuerza descomunal me había arrastrado hasta la pared, que hizo de tope. 
No escuchaba nada, me parecía estar flotando, y entonces vi que mi compañero Sebastián me hablaba, aunque yo no conseguía oír nada.
Cuando por fin me incorporé y logré caminar apenas un metro, observé que el vestíbulo del aeropuerto se había convertido en un escenario de guerra. La primera persona a la que vi fue a Isabel la limpiadora. Permanecía en el mismo lugar, con la mirada perdida, rodeada de un inmenso charco de sangre. Tenía las piernas destrozadas. A duras penas había logrado incorporarse ella sola. Recuerdo la impresión que me causó la visión de los huesos y los ligamentos de sus extremidades inferiores abiertas en canal. Uno de sus pies ya no existía.

3. Extracto 3

20 de Julio de 1996, atentado de ETA en el aeropuerto de Reus (Tarragona).
De pronto apareció un teniente vestido de uniforme. No le había visto nunca antes en las instalaciones. Estaba absolutamente bloqueado. Me miraba, incapaz de decir una sola palabra.
Al poco rato apareció un Coronel del Ejército del Aire con otro mando. Con voz pausada y mucha tranquilidad, nos comunicó su intención de colocar a los heridos más graves al inicio de la carretera de acceso al aeropuerto, con el fin de que las ambulancias los evacuaran inmediatamente.
Al final, cuando todos los heridos habían sido trasladados, a mi compañero Sebastián y a mí nos llevaron a urgencias en uno de nuestros coches oficiales. Los pasillos estaban saturados de personas. Todos tenían metales incrustados en las piernas, en la cara, por todo el cuerpo. 
El atentado produjo 33 personas heridas graves.
Después de tres días de reposo, pedí el alta y me dirigí al sargento comandante de puesto y pedí incorporarme de nuevo. Ni siquiera me pregunto por las heridas o por el resultado de las pruebas que me habían hecho. 
Recuerdo aquel sabor amargo de la falta de empatía que a veces, se vive en esta gran empresa. Ningún jefe se dignó en preguntar por el estado de salud de los guardias que habíamos resultado heridos, nadie se interesó por los pormenores de aquel servicio, por los posibles fallos, por cómo se había coordinado la atención de los heridos. Pasado un tiempo, recibí una carta del coronel de recursos humanos. Fue el único brazo que me tendió un superior. En el otro lado de la balanza, tuve que soportar las amenazas, el trato y los desprecios del sargento comandante de puesto por no haber entregado el parte de baja el día posterior a mi primera operación.
Pasados unos años me enteré que la Dirección General nos había felicitado por nuestra actuación –en la que por cierto, incluyeron también al sargento comandante de puesto, a pesar de que no estuvo presente en ese servicio-, pero nadie nos lo hizo saber.

4. Extracto 4

“El Rizos” Guardia Civil de 19 años
El Rizos recuerda aquella manifestación de mayo de 1977: 
Aquel día tenían preparado el asalto al cuartel. Grupos violentos se personaron en los exteriores de la empresa Orbegozo de la localidad de Lezo, en Guipúzcoa, a tan solo tres kilómetros de Rentería. Iniciaron varios altercados de manera muy violenta, coaccionando y amenazando a los obreros para que no pudieran acceder a sus puestos de trabajo. Alguien alertó a la Guardia Civil, y la mayor parte de los componentes del puesto de Rentería acudieron para dar protección a los obreros. Yo me había enterado, por mis propios medios en el pueblo de que la intención de los proetarras era desviar la atención en la manifestación de la fábrica, para que acudiera el mayor número posible de agentes, dejar desprotegido el cuartel y aprovechar para atacarlo. Aquel día solo se habían quedado tres efectivos para dar protección a las familias y a las dependencias oficiales. En cuanto me enteré de los verdaderos propósitos de los proetarras, cogí mi vehículo particular y me trasladé con urgencia al cuartel para alertar a mis compañeros y ayudarlos. 
Al poco rato de iniciarse la marcha, observé que ya habían cortado el tráfico y formado barricadas. Las sorteé como pude. En la misma calle que daba acceso al cuartel, me vi obligado a abandonar mi coche, ya que me estaban apedreando, habían roto los cristales de las ventanillas y lanzado un cóctel molotov al interior, por lo que el vehículo empezó a arder. Como pude, salté fuera y conseguí llegar a la entrada del acuartelamiento. Tenía varias quemaduras y numerosos cortes en las manos y en los brazos. Los tres compañeros y yo repelimos la agresión con los medios antidisturbios de que disponíamos en aquel momento. Fueron minutos muy largos y muy tensos, que parecieron horas, hasta que por fin vimos aparecer a los compañeros de la sección de reserva de San Sebastián que acudían en nuestro auxilio. Los cócteles molotov arrojados provocaron un incendio en la fachada del edificio, aunque poco después pudimos sofocarlo. Lo más importante, desde luego, era que habíamos impedido el asalto y, aunque resultamos heridos, las familias no sufrieron daños personales.

5. Extracto 5

Guardia Civil, P. Valle.
Mientras permanecía camuflado, apostado en una posición anterior a un control de la unidad, observó cómo un vehículo oficial de la Ertzaintza que había cruzado el dispositivo lanzaba destellos con las luces a los conductores que se aproximaban al punto, para prevenirles de la existencia de un control de la Guardia Civil. Después de observar aquella conducta, pusieron el hecho en conocimiento de la sección, que detuvo el vehículo y trasladó a los agentes implicados al Gobierno Militar para su toma de declaración. 
En aquellos primeros años del estreno de la Ertzaintza, se registraron algunos casos de detenciones y puestas a disposición judicial de agentes de ese cuerpo por su vinculación con la banda terrorista. Fueron un total de diez miembros los que tuvieron que responder ante la justicia.

6. Extracto 6

26 de Julio de 1986, Arachavaleta (Guipuzcoa)
El otro componente del GAR, el que perdió la vida aquel día, Adrián González Revilla, tenía veintinueve años. Adrián era un joven muy querido en la unidad y en su pueblo palentino de Cillamayor. Estudió con los frailes por la vocación religiosa que sentía desde niño, pero finalmente abandonó ese camino y se incorporó a la milicia en Jaca. De allí pasó a la Academia de la Guardia Civil y después realizó el curso de adiestramientos especiales y fue destinado en el GAR. 
Su asesinato causó verdadero dolor en su pueblo. Una amiga de Adrián, me cuenta que:

la tía Fidela nunca superó esta gran falta, al igual que muchos otros vecinos, compañeros y amigos. Fidela pidió una llave del cementerio y acudió todos los días a visitar su tumba hasta que se marchó y se unió con él. Cuando yo salía de viaje para trabajar en diferentes poblaciones de la provincia y había nevado, observaba la rodera que la tía Fidela había hecho en la nieve para subir hasta el cementerio. 

Adrián era, además, un experto en la historia de su pueblo y en el arte románico. Dominaba perfectamente el latín, lo que le había permitido traducir documentos localizados en el archivo parroquial, y fue el primero en saber de la existencia de una portada románica cegada. Veinte años después de su muerte, se descubrió efectivamente ese tesoro oculto.

7. Extracto 7

En esos años de 1996 y 1997 las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado padecíamos una crisis material desconocida hasta ese momento, incluso para los más veteranos. No había medios de ningún tipo para combatir la delincuencia. Los últimos años del Gobierno de González, con sus múltiples casos de corrupción, fueron deprimentes en muchos aspectos para las fuerzas de seguridad. Y el recién llegado Ejecutivo del PP aún no había tomado medidas para solucionar aquellas gravísimas necesidades. Las directrices de nuestros superiores eran claras: que los ciudadanos no se percataran del grado de precariedad y abandono en el que vivíamos. Nos pedían que no desvelásemos esas carencias para que los delincuentes no se aprovecharan de la situación, pero era francamente difícil, ya que no había dinero ni para sufragar los gastos de combustible de los vehículos oficiales. En muchos cuarteles, cuando los ciudadanos llamaban por una emergencia, les comunicábamos que nos desplazaríamos a pie, con el consiguiente retraso que eso implicaba. Les dábamos la posibilidad de que nos enviaran un taxi, pero en la mayor parte de las ocasiones lo rechazaban. Utilizábamos nuestros coches para lo más urgente, pues muchas veces nos daba pena, y también por sentido de la responsabilidad. Los más jóvenes, los guardias de reciente incorporación, como era mi caso, nos preguntábamos cómo era posible que ocurrieran esas cosas, observando, además, que algunos superiores tenían vehículos oficiales para su uso personal y otros recorrían las demarcaciones enteras para vigilar si sus subordinados cumplían con las órdenes del servicio. Ellos se negaban a hacerse cargo de las llamadas urgentes de la ciudadanía y nosotros teníamos que ir a pie a sitios situados a grandes distancias. Eso lo he vivido yo. Son anacronismos de este cuerpo, sometido a veces a una disciplina de carácter irracional. Recuerdo que una vez un teniente se desplazó en un coche oficial con el fin de llamarnos la atención por usar las botas reglamentarias para caminar por la nieve, algo que hacíamos porque no había dinero para gasolina.

8. Extracto 8

1999, Edy, Guardia Civil destinado en Kosovo.
Desde nuestra base, que estaba en una zona elevada, teníamos una panorámica muy amplia. Muchos días observábamos arder las casas. Primero una, al momento otra, más tarde la tercera. Nos poníamos en funcionamiento rápidamente. En una ocasión acudimos a la zona y vimos a dos hombres andando por un camino, les dimos el alto y por señas nos indicaron una vivienda. Nos acercamos con ellos y una vez dentro encontramos a un hombre tirado en el suelo. No podía moverse, ya que le habían apaleado. Todos los muebles estaban tirados a su alrededor, olía a combustible: lo habían rociado todo de material inflamable. Lani salió para llamar en busca de apoyo mientras Cuadrado y yo nos quedamos auxiliando al anciano. Al momento salí, al escuchar un ruido de motor, y observé cómo la casa de al lado empezaba a arder y dos hombres salían de ella corriendo, probablemente hacia un vehículo que estaba en la calle. Los apunté con mi arma y les di el alto. No hicieron caso de primeras. Grité de nuevo, amenazando con disparar. Entonces Cuadrado salió para prestarme apoyo. Al momento apareció Lani con varios blindados de la Legión, y detuvimos a los dos individuos. Estaban saqueando el pueblo, quemando las viviendas, y pretendían asesinar a los pocos ancianos que la guerra había dejado vivos. 
Cuadrado entró al hospital con el anciano, que estaba malherido. El médico preguntó por qué le traían a un serbio, cuando tendrían que haber permitido que lo quemaran vivo. Cuadrado amenazó con detener al facultativo si no lo atendía o si le ocurría algo. Al día siguiente volvimos al hospital. Por suerte, el hombre estaba vivo y pudimos evacuarlo a un lugar seguro. 

9. Extracto 9

1999, Edy, Guardia civil destinado en Kosovo.
Después de los bombardeos de la OTAN, en los que también participó nuestro ejército del aire con los F18, pocos serbios quedaban ya en Kosovo. Nosotros fuimos los encargados de organizar esas evacuaciones y de protegerlos, sobre todo de los guerrilleros del UCK. 

Estos guerrilleros del UCK, el denominado Ejército de Liberación de Kosovo, eran sanguinarios asesinos, terroristas. Realizaron una limpieza étnica brutal en una zona en la cual residían cerca de doscientos mil serbios, y lo hicieron coincidiendo con el despliegue de las fuerzas armadas españolas —entre los desplegados, quince guardias del GAR, como queda dicho—.

10. Extracto 10

Año 2000
Nuestra sección, en concreto, daba seguridad a un alcalde, a un concejal y a un periodista y escritor. Los del GAR no nos acostumbrábamos bien a este tipo de cometidos, preferíamos nuestros servicios, pero alguno de los protegidos reclamaba a los miembros de la unidad como escoltas. La persona a la que me refiero recibió protección de todos los cuerpos, Ertzaintza, Policía Nacional y Guardia Civil. Posteriormente pidió que le retiraran toda, salvo la nuestra. Estaba tan agradecido por nuestro trabajo que nos dedicó unas letras en uno de sus libros, Estado de excepción, Vivir con miedo en Euskadi, donde retrata de manera real el día a día de los amenazados. 
El periodista Iñaki Ezkerra y su compañera sentimental se mostraron en todo momento muy satisfechos y colaboraron con nosotros en todo lo que pudieron para facilitarnos las cosas. Su escrito se titula «Cuatro angelitos tiene mi cama». 
Los ángeles que todavía se ocupan de mi guarda mientras escribo estas líneas eran primeramente del Grupo Antiterrorista Rural acuartelado en la localidad vizcaína de Munguía, y después fueron reemplazados por otros compañeros suyos del cuartel bilbaíno de la Salve. Entre unos y otros se advierte una diferencia: los primeros actúan como si no lloviera cuando cae el agua a cántaros, no se cobijan bajo tu paraguas, ni corren más, ni se inmutan. Los segundos ya se permiten alguna licencia que otra: la capucha de un canguro o un impermeable, alguna carrera hacia alguna marquesina o bajo los aleros y las cornisas, algún gesto expresivo ante una gotera que los distingue de sus compañeros del GAR y de su militar impasibilidad. Lo que los diferencia, lógicamente, es que los segundos llevan una vida civil, más asentada, más cómoda, y sin esa sensación de transitoriedad, de estar de paso y cumpliendo una misión extraordinaria. Los primeros han recibido un entrenamiento especial, son más deportistas, y la mayoría vive en un régimen de internado que supone un paréntesis en sus vidas. Se percibe entre ellos el compañerismo y también los motes o las bromas de quienes comparten no solo un peligro que es real, sino inclemencias y destinos, dormitorios y sanciones, anécdotas de Bosnia o de Andorra, historias del socorro a los refugiados de la guerra o de la caza de traficantes en la nieve.

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