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Ocio y Cultura 26/12/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'Generación EGB' de Javi Nieves

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"Basado en la sección del mismo nombre del programa La Mañana de la COPE, Generación EGB es un guiño nostálgico a aquellos años. Con un toque de humor e ironía, recordamos los juguetes con los que jugábamos, las series de TV que nos entretenían, la música que escuchábamos, la ropa que vestíamos, las chuches, los libros, etc. En la actualidad todo lo que tiene que ver con la nostalgia de los 70/80 funciona. Tiendas, revistas y páginas webs arrasan con propuestas parecidas".



1. Extracto 1

Profesores
La clase de Naturales y Matemáticas la daba el Bacterio: era clavado al profesor chiflado de Mortadelo y Filemón. El Tkachenko era el de Gimnasia. Medía metro y medio y no tenía un solo pelo en la cabeza, por lo que también respondía a Mr. Proper y el Bombilla.

2. Extracto 2

Recreo del colegio
En cuanto sonaba la alarma poníamos en marcha el cronómetro de nuestro reloj Casio. Treinta minutos. Y había que aprovecharlos al máximo. Los cinco primeros para devorar el bocadillo de salami o jamón de York, los sándwiches de Nocilla cortados a escuadra, el dónut de azúcar o chocolate, el Phoskitos, el cuerno, la palmera de chocolate, el Bollycao... Finalizada la orgía de grasas saturadas aún teníamos veinticinco minutos por delante para sacarle todo el jugo al recreo. Éramos muy de carpe diem.

3. Extracto 3

Los rotus eran unos de nuestros bienes más preciados, y más si eran de Carioca, los de aquel vaquero bigotudo, el sheriff Carioca Jo. Sacábamos nuestra caja de treinta y seis y se hacía el silencio en el aula. Podíamos prestarlos sin miedo: era de plástico transparente con compartimentos, así que al final de la clase sabíamos cuál nos faltaba de un vistazo. Lo peor que nos podía pasar era perder una capucha. Aquello era una tragedia.

4. Extracto 4

Obsesionados en nuestra educación, los padres se empeñaban hasta las cejas con tal de que nos convirtiéramos en hombres de provecho. Si hacía falta, nos compraban a plazos la Gran Espasa Universal o la Larousse de veinticuatro tomos con la que decoraban la estantería del salón. En muchas casas fue la única función que se les dio. 
También rondaban por nuestras casas el Diccionario Enciclopédico Salvat, un híbrido de un solo tomo entre diccionario y enciclopedia, y los atlas mundiales que al menos hojeábamos cuando no teníamos nada mejor que hacer. En clase, el diccionario oficial era el Iter Sopena, con aquellas inconfundibles tapas blancas ilustradas con dos filas de banderas de países del mundo y que acababan hechas una pena.

5. Extracto 5

Las dedicatorias
Las escribíamos —sobre todo las chicas— en los pocos huecos libres que quedaban entre tanta pegatina. Muchas se han transmitido de carpeta en carpeta a varias generaciones. Las hay para todos... y de todos los gustos: «Si el amor es un flechazo... ¡que vivan los indios!», «Si te vas y me dejas... dime adiós con las orejas», «Puedes no ser alguien en el mundo..., pero eres un mundo para alguien», «Amor... Amor... ¡A-morcilla hueles!», «Quien pudiera ser pijama para meterme contigo en la cama», «Tus ojos son dos luceros que alumbran mi camino, un día los cerraste y me choqué contra un pino», «Si el mundo fuera un pañuelo, tú serías mi moco favorito», «La sabiduría me persigue..., pero yo corro más»...

6. Extracto 6

Lo que sí cayó en sus manos fue la yogurtera, que causó furor entre las amas de casa. Durante un año desayunamos, comimos, merendamos y cenamos yogur casero. Nuestros vecinos también. 
Después se puso de moda el kéfir, un hongo que «tragaba» más leche que M. A. Barracus, la fermentaba y la convertía en una especie de yogur milagroso que al parecer nos haría vivir más de cien años. El bicho crecía, tenía hijos y se propagaba por nuestros hogares de madre en madre. Daba un poco de grima. Además, no podía darle la luz. Era como un gremlin.

7. Extracto 7

No hacía falta un Bernabéu o un Camp Nou para sentirnos el Buitre o Gary Lineker. Improvisábamos los estadios en las plazas, los parques y hasta en las aceras. Como porterías, un par de montones de abrigos, la puerta de un garaje o el espacio entre dos árboles. Jugábamos en tromba, porque los defensas querían ser delanteros y los porteros, también. ¡Aquello sí que era fútbol total y no la Holanda de Cruyff! Cuando la pelota se iba fuera corríamos tras ella en un intento de atraparla antes de caer en la carretera, a veces en vano. —¡Por favor, por favor, que no la atropellen! Si había suerte, como mucho tendríamos que arremangarnos y recuperarla de los bajos de cualquier coche. Y con las manos negras de grasa, a seguir jugando.

8. Extracto 8

El primer Spectrum fue un ordenador chiquitito y juguetón de color negro y teclas de goma. Tuvo versiones posteriores más chulas, pero el que triunfó fue el 48K. Lo podíamos enchufar en la salida de antena de cualquier tele, aunque teníamos que conectarlo a un radiocasete para cargar los juegos. Sí, has leído bien, ¡los juegos venían en casetes! Eso era una ventaja, ya que así podíamos copiar fácilmente los de los compañeros de clase.

9. Extracto 9

Las cabinas nos dieron mucho juego. Incluso existía la leyenda urbana de que si colgábamos rápidamente tres veces antes de que la otra persona contestara, podíamos hablar sin echar dinero. Y es que nos encantaba todo lo que fuera gratis, y por eso teníamos frita a la señora del 003, el de información telefónica, que no costaba un duro.

10. Extracto 10

Elige tu propia aventura
Fueron los primeros libros interactivos. Nos enseñaron a tomar las primeras decisiones, y más valía acertar, porque el destino del protagonista, ¡o de la Mona Lisa del Louvre!, dependía de nuestra prudencia o nuestra temeridad. El expreso de los vampiros, Las joyas perdidas de Nabuti, La cueva del tiempo, Tu nombre en clave es Jonás, El reino subterráneo, El misterio de Chimney Rock... Y cada uno, con varios finales.

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