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Ocio y Cultura 20/08/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'El hundimiento del Titán' de Morgan Robertson

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"El Titanic se hundió hace 100 años. Publicamos ahora uno de esos curiosos libros que han atraído a muchos lectores a lo largo del siglo XX, ya que fue escrito catorce años antes del famoso naufragio y cuenta una historia prácticamente idéntica: un trasatlántico llamado titán se hunde en las aguas del océano Atlántico al chocar con un iceberg. El Titánic se parece de manera desconcertante al Titán que Robertson creó en la ficción: coinciden incluso en peso longitud y capacidad de pasajeros. También en que el Titán era un buque con exceso de lujos que llevaba una cantidad insuficiente de botes salvavidas. Algunos creen que se trata de una mera casualidad y otros que el autor escribió un libro premonitorio de lo que sucedería años después, lo que dota al texto de un claro interés histórico. Morgan Robertson fue un visionario, como Jules Verne, a quien sin duda nos recordará estilísticamente esta novela. Es una historia conocida: el barco más grande jamás construido, apodado el insumergible por sus propietarios británicos y la presa, choca con un iceberg. Debido a la falta de botes salvavidas, la mayor parte de los pasajeros perece en el Atlántico Norte. Una historia idéntica a la del Titán, salvo que este es un trasatlántico de ficción y que se creador publicó el libro catorce años antes del hundimientos del RMS Titanic."

Detalle e la portada del libro 'El hundimiento del Titán' de Morgan Robertson

1. Extracto 1

Era el barco más grande del mundo que surcara los mares y la más fabulosa máquina creada por el hombre. En su construcción y mantenimiento habían intervenido todas las ciencias, profesiones y oficios conocidos. En su puente había oficiales que, además de ser elegidos por la Armada Real, habían superado rigurosos exámenes de todas las materias relacionadas con vientos, mareas, corrientes y geografía marina. No solo eran hombres de mar, sino también científicos. El mismo criterio profesional se aplicó al personal de la sala de máquinas, y el equipo de sobrecargos era equiparable al de un hotel de primera.

2. Extracto 2

Dos bandas de música, dos orquestas y una compañía de teatro entretenían a los pasajeros durante las horas de vigilia; un cuerpo de médicos cuidaba del bienestar temporal y otro de capellanes atendía el bienestar espiritual de todos los pasajeros, mientras una brigada de bomberos bien entrenada calmaba a los más inquietos y contribuía al entretenimiento general con prácticas diarias.

3. Extracto 3

Las noventa y dos puertas de los diecinueve compartimentos estancos podían cerrarse en medio minuto girando una palanca desde el puente, la sala de máquinas y desde otros doce puntos de la cubierta. Esas compuertas también se cerrarían automáticamente en caso de detectar agua. Aun con nueve compartimentos inundados el barco seguiría flotando y, puesto que ningún accidente marítimo conocido podía anegar tantos, el Titán se consideraba prácticamente insumergible.

4. Extracto 4

Construido íntegramente de acero, y únicamente para el transporte de pasajeros, no llevaba ningún cargamento inflamable que amenazara destruirlo con un incendio. Eso había permitido a sus diseñadores renunciar al fondo plano de los cargueros y darle la elevación del fondo —o inclinación de quilla— de un yate de vapor, lo que mejoraba su comportamiento en las rutas marítimas. Tenía una longitud de 245 metros, un desplazamiento de 70.000 toneladas y una potencia de 75.000 caballos, y en su viaje de prueba había navegado a una velocidad media de 25 nudos por hora, en medio de fuertes vientos, mareas y corrientes. Resumiendo, era una ciudad flotante que contenía entre sus paredes de acero todo lo que tiende a minimizar los peligros e incomodidades de una travesía atlántica y hace la vida agradable.

5. Extracto 5

Insumergible e indestructible, el Titán llevaba el mínimo número de botes exigido por la ley. Estos, en un total de veinticuatro, estaban bien cubiertos y amarrados a sus pescantes en la cubierta superior y, en caso de ser lanzados, podían transportar a quinientas personas. El Titán no llevaba pesados e inútiles botes salvavidas, pero, puesto que la ley así lo exigía, cada una de las trescientas literas de los camarotes de los pasajeros, oficiales y tripulantes contenía un chaleco de corcho, y había unas veinte boyas salvavidas repartidas a lo largo de la barandilla.

6. Extracto 6

En vista de su absoluta superioridad sobre el resto de embarcaciones, la compañía naviera anunció que se aplicaría una regla de navegación en la que creían firmemente varios capitanes, aunque todavía no la siguieran abiertamente. El barco avanzaría a toda máquina en medio de nieblas, tormentas o de un sol radiante, siguiendo la ruta septentrional, en invierno y en verano, por las siguientes y buenas razones: primero, porque, de ser embestido por otra embarcación, la fuerza del impacto se distribuiría sobre un área mayor si el Titán avanzara a toda máquina, siendo el otro barco el que llevaría la peor parte. Segundo, porque si el agresor fuera el Titán, no hay duda de que destruiría a la otra embarcación aunque avanzara a velocidad media, y puede que él también sufriera desperfectos; mientras que a toda máquina partiría al otro barco por la mitad, sin sufrir ningún daño que no pudiera repararse con una brocha. En uno u otro caso, y como mal menor, era preferible que sufriera el casco más pequeño. La tercera razón era que a toda máquina sería más fácil llevarlo fuera de peligro y, la cuarta, que en caso de choque inminente con un iceberg —el único escollo que no podría superar—, su proa quedaría aplastada apenas algunos centímetros más yendo a toda máquina que a media, y se inundarían a lo sumo tres compartimentos, lo que no sería preocupante al disponer de seis más.

7. Extracto 7

Estaba prohibida la conversación entre los oficiales del puente del Titán, excepto sobre cuestiones relacionadas con el trabajo, y el otro vigía, el tercer oficial, permaneció al otro lado de la inmensa bitácora del puente y solo dejó su puesto para echar un vistazo al compás, lo que parecía ser su único deber en el mar.

8. Extracto 8

Cuando sonó el toque de campana, que se repitió desde la cofa y fue respondido por un grito prolongado de los vigías —«¡Todo en orden!»—, ya se había retirado el último de los dos mil pasajeros a bordo, dejando las espaciosas cabinas y el entrepuente a los vigías. Entretanto, profundamente dormido en su camarote de popa junto a la sala de derrota, se hallaba el capitán, el comandante que nunca comandaba, a menos que el barco corriera algún peligro, pues el piloto era el responsable de atracar y salir del puerto, y los oficiales de la navegación en alta mar.

9. Extracto 9

—¡Hielo! —gritó el vigía—. ¡Hielo a la vista! ¡Un iceberg, debajo de proa! 
El primer oficial corrió a la vía y el capitán, que había permanecido allí, se abalanzó sobre el telégrafo de la sala de máquinas y esta vez accionó la palanca. Pero cinco segundos más tarde la proa del Titán empezó a elevarse, y enfrente, a ambos lados, se pudo ver entre la niebla una superficie helada de treinta metros de altura que se interponía en su rumbo. Cesó la música en el teatro y, en medio del maremágnum de voces y gritos y del ensordecedor ruido del metal arañando y chocando contra el hielo.

10. Extracto 10

El día en que El Llamador anunció que el inmenso Titán había naufragado, un pánico estruendoso se apoderó de la multitud de aseguradores y agentes de bolsa. Los periódicos europeos y americanos publicaron números extras con los pocos datos disponibles sobre la llegada a Nueva York de un bote de supervivientes, y la oficina se vio inundada por mujeres llorosas y hombres inquietos que preguntaban una y otra vez si se habían recibido más noticias.

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