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Ocio y Cultura 22/08/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'La España austera' de José Calvo Poyato

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"Desde la desaparición de las cartillas de racionamiento en 1952 hasta la muerte Franco en 1975 tuvo lugar el llamado «milagro español». Si a comienzos de los cincuenta el hambre no era solo un mal recuerdo, a mediados de los setenta los niveles de bienestar eran más que notables. Entre medias había surgido una amplia clase media como nunca antes en nuestra historia. Desgraciadamente el enorme progreso económico no fue acompañado de las libertades públicas y los derechos ciudadanos, constreñidos por una dictadura no tan monolítica como a veces se ha dicho. La España austera es un ameno acercamiento a la vida cotidiana de aquellos años: desde la vivienda, la alimentación, la higiene, la vestimenta y su extenuante aprovechamiento, hasta las distintas formas de ocio y descanso (vacaciones, futbol, televisión, cine, estas y celebraciones)."

1. Extracto 1

Fue el tiempo en que los pick-up o tocadiscos se difundieron, lo que favoreció la penetración de nuevos bailes, se popularizaron los guateques y aparecieron las boîtes, nombre que entonces se daba a los locales que luego se denominarían discotecas. Hasta hubo cambios sustanciales en las bebidas; la cerveza iba sustituyendo al vino y se iniciaba el dominio de la Coca-Cola, tomada sola o combinada con alcohol de alta graduación, como ron o ginebra. También hizo acto de presencia el whisky, aunque esa era bebida al alcance de muy pocos bolsillos, algo que en parte vino a solucionar la creación de unas destilerías en Palazuelos de Eresma (Segovia), que en 1963 comenzaron a comercializar un whisky autóctono al que popularmente se bautizó con el nombre de «segoviano».

2. Extracto 2

Cuenta Eslava Galán (libro: Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie) que en el Rosal de la Frontera (Huelva) la iglesia de la localidad había sido incendiada por los republicanos. Terminada la Guerra Civil, se llevó a cabo la restauración del retablo mayor del templo —en realidad se hizo de nuevo—, que estaba dedicado a Santiago. Su imagen central era la del patrón de España en su versión de matamoros. Cuando el imaginero realizó las cabezas de los infieles que el caballo del santo pateaba, se decidió que representasen a Lenin, Trotsky y Stalin. La figura de este último, pese a que todavía no se tenía conocimiento, aunque sí sospechas, de los crímenes cometidos en la URSS bajo su mandato, despertaba particular animadversión —y eso que había muerto una década atrás— porque había sido el impulsor de la creación del Frente Popular y era quien verdaderamente había dado alas al comunismo en España.

3. Extracto 3

La primera celebración de quien llegaba al mundo era la del bautizo, al que acudía la familia más allegada. Al niño se le vestía de forma especial, con la llamada ropa de cristianar, que, en las familias de abolengo, era la que habían utilizado sus antepasados y en la que abundaban encajes, lazos, cintas… El neófito, por lo general, lloraba al derramársele agua fría sobre la cabeza —lo de emplear agua templada o traerla del río Jordán para la ocasión es una novedad muy posterior—. En muchos lugares, a la salida del templo, una vez que el pequeño había recibido el sacramento, se tenía la costumbre de arrojar dinero a la chiquillería que se concentraba a la puerta de la iglesia. Era el padrino quien estaba obligado a tirar al aire algunas monedas —por lo general, calderilla formada por las populares perras gordas y perras chicas— que los niños se disputaban con vehemencia y ardor. Si se consideraba que la cantidad no era suficiente — en opinión de los pequeños beneficiarios casi nunca lo era—, se entonaba una cancioncilla en la que se tachaba al padrino de roñoso y se gritaba que el bautizado tenía roña.

4. Extracto 4

La costumbre de dedicar discos se daba asimismo en el caso de los quintos —nombre popular de los reclutados de cada año y que deriva de que en otro tiempo los reclutados eran una quinta parte del total de jóvenes— cuando tenían que irse a servir a la patria. Entonces solían ser las novias o amigas, y el añadido rezaba: «para que no me olvides durante el servicio militar». A veces se usaba en la dedicatoria la expresión un tanto enigmática, «dedicado por quien él sabe». Todo ello por un módico precio que solía oscilar entre las tres y las cinco pesetas, y que no era tan módico para algunas economías. Los discos dedicados estuvieron de moda en los años cincuenta y sesenta, y a veces la lista de las dedicatorias consumía más tiempo que lo que tardaba en sonar la canción escogida.

5. Extracto 5

La llamada ropa de los domingos era la que se reservaba para llevarla solo los días de fiesta y en ocasiones muy especiales. Su menor desgaste con respecto a la de diario la convertía en un bien fácilmente heredable, circunstancia que contribuía a que algunos no estrenaran ropa en muchos años porque vestían de herencias, como se ha comentado. A lo más que llegaban era a conseguir unos calcetines nuevos, una corbata u otra prenda menor en días como el Domingo de Ramos, cuando —se decía— era obligado estrenar algo porque… «Domingo de Ramos, el que no estrena se queda sin manos». Había quien ni en esas fechas podía permitirse ir de estreno, y para contestar al dicho se había preparado la respuesta correspondiente: «El que estrena se condena».

6. Extracto 6

Por la indumentaria podía distinguirse la clase social a la que se pertenecía porque la escasez de recursos definía la forma de vestir. Los trajes y las americanas quedaban reservadas para los domingos y los exhibían las gentes de posibles o, a diario, quienes desempeñaban determinados trabajos alejados de las actividades manuales. Traje para los maestros, pese a la precariedad de su situación económica, porque el traje en el maestro de primera enseñanza aportaba dignidad a su trabajo, que era una de las cosas, además del prestigio social —muy deteriorado en la actualidad—, que podía exhibir. Era el mismo todos los días y seguía llevándose por muy ajado que estuviera. Era habitual, cuando el deterioro era importante, darle la vuelta, trabajo de sastre que permitía prolongar la vida de la prenda.

7. Extracto 7

Los conserjes de los establecimientos públicos ofrecían un perfil muy ajustado a ciertas características. Con frecuencia eran guardias civiles que pasaban a la reserva, pues por razones diversas habían dejado de prestar servicio en el cuerpo. Las pensiones resultaban particularmente escasas y, en esas circunstancias, con este empleo adicional, redondeaban sus magros ingresos.

8. Extracto 8

El impacto social de la televisión en aquel momento fue muy escaso. El número de aparatos que había en el país no alcanzaba el millar y su precio resultaba prohibitivo para la inmensa mayoría de los bolsillos: un televisor costaba veinticinco mil pesetas, una suma inalcanzable para los sueldos de la época. El jornal de un albañil en 1958 era de setenta pesetas, el de un auxiliar administrativo cincuenta y ocho, un cajista de imprenta cobraba ochenta y un linotipista ochenta y dos. Un mozo de estación ganaba cincuenta y dos pesetas, un oficial de confitería y panadería setenta y dos, un curtidor sesenta y tres, y un ebanista ochenta y dos. Un salario elevado era el de un jefe de almacén, que alcanzaba las ciento dieciséis pesetas diarias.

9. Extracto 9

En 1957 se vio en las pantallas españolas el primer anuncio. Era de Westinghouse. En él se presentaban las excelencias de los frigoríficos y las lavadoras de esta marca. En aquellos años la mayor parte de la publicidad televisiva estaba dedicada al consumo de determinados alimentos y a los electrodomésticos. Era lógico, porque una buena parte del presupuesto de las familias españolas se consagraba a la compra de comida, y los electrodomésticos eran el sueño de las amas de casa: lavadoras, frigoríficos, cocinas eléctricas…, por el trabajo que ahorraban y por la comodidad que suponían. Fueron muy publicitados los frigoríficos Kelvinator.

10. Extracto 10

En los cines se solían distinguir tres zonas que quedaban perfectamente delimitadas. El patio de butacas, las delanteras o entresuelo y el conocido popularmente como gallinero, que, en algunos sitios, recibía el eufemístico nombre de paraíso. Las entradas tenían un precio distinto y marcaban la diferencia económica y social de los espectadores, por lo que, pese a que el entresuelo quedaba en la planta alta y desde allí solía tenerse una mejor vista de la pantalla, era de menor categoría social —algo que los españoles siempre hemos tenido muy en cuenta— que el patio de butacas, donde los asientos en muchas ocasiones no estaban en gradería, de modo que un espectador corpulento en la fila anterior podía crear problemas de visión al de la butaca trasera.

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