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Ocio y Cultura 25/08/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'Matar a Carrero: La conspiración' de Manuel Cerdán

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"20 de diciembre de 1973, 9.36 horas: una bomba colocada por ETA acaba con la vida del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco. -¿Cómo pudo la banda terrorista preparar el asesinato durante un año, en pleno corazón del franquismo, sin ser detectada? -¿Por qué desde altas instancias del Gobierno se desoyeron las persistentes llamadas de la Policía y Guardia Civil que advertían de que la vida de Carrero corría peligro? -¿Quienes salieron ganando y quienes perdieron con la muerte del presidente? -¿Qué papel desempeñaron la CIA, el llamado "búnker" franquista, la Monarquía, el Ejercito, el Opus, la extrema derecha, la rama reformista del Gobierno o la misma familia Franco en el atentado?".

Detalle de la portada del libro 'Matar a Carrero: La conspiración' de Manuel Cerdán

1. Extracto 1

La dirección de ETA quiere verificar de primera mano si el almirante sigue asistiendo a diario a misa a la misma hora y sin apenas escoltas. Viajan de noche en tren desde San Sebastián, y desde la estación de Chamartín se dirigen en taxi directamente hasta la cafetería Manila de Callao, en el chaflán con la Gran Vía, donde les espera Eva Forest. 
Argala ha concertado la cita por teléfono, a media mañana, desde una cabina telefónica antes de abandonar el País Vasco. Wilson no conoce a La Tupamara en persona, pero su compañero le ha puesto en antecedentes. Según sus palabras, es «una mujer de armas tomar». También le ha adelantado que van a Madrid a conseguir una información muy importante para ETA. Es evidente que Forest es una nash de la organización en Madrid. Los nash («los nuestros») eran los espías soviéticos infiltrados en el Gobierno británico. 
Pero a Wilson le sorprende que ETA asuma un riesgo injustificado poniéndose en manos de una militante de izquierdas que está quemada ante la policía. Su indignación aumentaría si supiera que en julio el Tribunal de Orden Público (TOP) la ha procesado por asociación ilícita y propaganda ilegal. Nadie repara en que la policía podía seguirle sus pasos.

2. Extracto 2

Tras pasar las Navidades con sus familias, los miembros del comando llegan a Madrid, el 15 de enero de 1973. Ezkerra, Wilson y Argala se desplazan a la capital en un coche con matrícula inglesa, conducido por un amigo de Argala. Se hospedan en el piso de la avenida de Lisboa, en Aluche. Las llaves las conserva Argala del viaje anterior. La vivienda dispone ahora de una trampa que está vacía y en la que pueden ocultar por un tiempo a cualquier secuestrado. 
El mismo día que llegan a la capital, Argala ya tiene organizada una reunión con La Rubia. Le presenta a Ezkerra como el coordinador de la operación y, por primera vez, desvela a ambos los pormenores de la misión que les ha confiado el Comité Ejecutivo. El encuentro se produce en el piso de Aluche y la propia Forest le enseña a Ezkerra el refugio y su mecanismo de apertura. El responsable del comando queda impresionado por el sistema mecánico a base de poleas ideado por uno de los miembros del grupo de Forest.

3. Extracto 3

Los miembros del comando suelen pasar muchas horas en la cafetería Domaica, en la misma calle Mirlo, que lleva poco tiempo abierta. Ese día se les nota jubilosos: Amaya y Mocedades, el grupo de Bilbao, han logrado el segundo puesto en el Festival de Eurovisión, a tan sólo cuatro puntos de la canción ganadora de Luxemburgo. El dueño del establecimiento, Javier Domaicas, también vasco de nacimiento, se fija en que uno de ellos —desconoce que se llama José Ignacio Abaitúa Gomeza— lleva tatuado el número 13 en su mano izquierda, entre los dedos pulgar e índice.
—Esos tatuajes se ven poco por aquí —le comenta el barman. Marquín le quita importancia al asunto: 
—Es un recuerdo. Una tontería de juventud. 
Pero su marcado acento vasco delata su procedencia. 
La anécdota no pasa desapercibida para un guardia civil que está destinado en el servicio de información de la 111 Comandancia y reside, como ellos, en el barrio. Cuando los etarras abandonan el bar, le pregunta a uno de los empleados. 
—¿Estos tíos de dónde han salido? El camarero, que conoce a todo el vecindario, contesta sin darle apenas importancia a la pregunta: 
—Son buena gente. Llevan unos días en el barrio. Son vascos. Unos trabajan y otros estudian.

4. Extracto 4

Los etarras se hacen con un sinfín de esposas, indispensables para los secuestros, que adquieren en una tienda próxima a la Puerta del Sol, especializada en artículos policiales. Bien trajeados, se presentan ante el dependiente y le piden unas esposas. Éste les exige que muestren la placa de policía pero, ante la contestación de que no la llevan encima, les reclama el número de identificación de agente. Contestan que no se acuerdan y el dependiente, finalmente, se conforma con la exhibición de un DNI. Así consiguen comprar las esposas. Sin más. Con un documento —por supuesto falso— que deposita sobre el mostrador Argala. 
Pero los terroristas no se dan cuenta de que no están solos en la tienda. En uno de los extremos, un policía de paisano, que por su edad e indumentaria aparenta ser más un joven universitario, se mantiene apartado del mostrador pero no pierde el hilo de la conversación. Cuando los etarras abandonan el local los sigue a distancia y ve cómo se les acercan otros jóvenes. Aquello le suscita toda clase de sospechas. Está convencido de que forman parte de un grupo de malhechores o son activistas de la extrema izquierda. Los sigue hasta un barrio de la periferia de Madrid, cerca de la Casa de Campo y, desde el teléfono de un bar próximo, pide refuerzos a su jefe cuando comprueba que todos ellos ingresan en un mismo domicilio. Al cabo de unos minutos, recibe respuesta: 
—Quédate quieto. Eso es cosa de los servicios secretos.

5. Extracto 5

Los etarras, como hace tanto calor en Madrid, que soporta uno de los veranos más tórridos de la década, van vestidos con camisas. Si quieren pasearse por Madrid armados, tienen que hacerlo portando un bolso de mano. Eso provoca muchos olvidos en los bares y restaurantes. Generalmente, antes de salir del local se percatan de su ausencia y vuelven a retirar el arma. Menos en una ocasión en la que Atxulo tarda en regresar a la barra y comprueba que su bolso de mano ha desaparecido. Pregunta al camarero y éste le contesta que lo guarda él. Mete la mano en un cajón de detrás del mostrador y se lo acerca, sin poder evitar un comentario de complicidad. 
—Pesa un montón. A saber lo que lleva dentro… Atxulo se queda cortado sin saber cómo reaccionar. Sólo se le ocurre decir: 
—Ya se lo imaginará usted. 
Está convencido de que el camarero lo ha abierto y ha visto su Parabellum, un calibre de pistola que sólo usa ETA. 
—No se preocupe. Sé que está en buenas manos. Pero lleve cuidado que no caiga en manos de los malos.

6. Extracto 6

En cuanto a las actividades paramilitares, el comando ejercita prácticas de tiro en la Casa de Campo. Se entrenan con pistolas de aire comprimido, pero los fines de semana se escapan a zonas despobladas de Segovia o Ávila, a un par de horas de Madrid, para practicar con sus pistolas Parabellum, las que realmente van a usar el día del secuestro. En esa época, el calibre Parabellum es ya toda una seña de identidad de la banda terrorista.

7. Extracto 7

ETA sigue campando a sus anchas en Madrid sin que las fuerzas de seguridad, aparentemente, detecten sus movimientos o localicen sus paraderos. La banda cuenta con una amplia red de pisos en la capital y en sus alrededores para dar cobijo a todos sus militantes. Sin embargo, los planes de ETA no pasan desapercibidos para un colaborador policial llamado José Espinosa. El confidente, de unos cuarenta y cinco años, hijo de un comisario de policía de San Pedro del Pinatar, en Murcia, se mueve infiltrado en círculos de la oposición franquista en Argelia y Francia y utiliza los seudónimos de Gustavo y Ahmed. Es uno de los más preciados informantes del comisario Roberto Conesa. Para él trabaja desde 1964, también como topo en los grupos extremistas FRAP. Espinosa escucha repicar de campanas sobre un atentado de ETA de gran envergadura en Madrid, pero sus enlaces policiales no lo quieren escuchar. Aun así, informa por escrito. La información no está muy clara pero el colaborador está convencido de que los terroristas disponen en la capital de una red en la que participan elementos externos a la organización y que van a por una alta personalidad. Nadie lo toma en serio. Pero todo queda en eso, en una alarma sin destino. Una vez más.

8. Extracto 8

Un día, paseando por el centro de la capital, observan que los centinelas del edificio, en el número 79 de la calle Mayor, hacen guardia muy confiados y sin un reforzamiento. Deciden que son un buen objetivo para obtener más armas. El 12 de octubre, el día de la Hispanidad, se ponen manos a la obra. Ese día los etarras sustraen un Renault 12 (M-8991- I), de color amarillo, propiedad de José María Casas Blanco, para llevar a cabo la operación. Aparcan el coche en la calle Segovia donde Atxulo permanece al volante. Argala y Wilson tan sólo tienen que caminar cincuenta metros, bordeando el edificio por unas escaleras, para situarse frente a los soldados, al mismo tiempo que otro coche circula por la calle lentamente, a la espera de la carga. 
Los dos activistas disimulan como dos turistas frente al monumento en homenaje a las víctimas del atentado contra Alfonso XIII en ese mismo lugar, en mayo de 1906. De reojo vigilan la puerta de Capitanía. De repente empuñan sus armas y se abalanzan sobre uno de los militares que hace guardia despreocupadamente. Le obligan al soldado Antonio Fernández Gómez a tumbarse en el suelo y le arrebatan su fusil Cetme reglamentario. Argala lo tranquiliza: 
—No te preocupes que no te vamos a matar. Sólo queremos tu fusil. Si te mantienes quieto y callado no pasa nada. 
En sólo un minuto, los etarras ejecutan su operación. Suben en el coche que los acompaña y toman dirección hacia otro que los espera en la calle Segovia y los lleva hasta el piso de la calle Mirlo.

9. Extracto 9

Wilson no puede mencionar otro grave contratiempo ocurrido al comando porque él ya había abandonado Madrid. A finales de octubre, se le escapa a Atxulo un tiro de una Star del nueve largo, sustraída en el atraco a la armería. Se hallan en un piso alquilado a una marquesa y el incidente se produce mientras el etarra, limpiando su arma, se deja una bala en la recámara. Al probar el martillo se le dispara una bala. Ésta rebota varias veces en el suelo, paredes y techo ocasionando varios agujeros. Hasta que pierde fuerza y se incrusta en una pared. 
Aquel accidente, sorprendentemente, no provoca ninguna pregunta molesta ni tampoco levanta sospechas entre los vecinos a pesar de que el arma ocasiona un ruido estruendoso. Los etarras, asustados, abandonan esa vivienda y regresan a la calle Mirlo.

10. Extracto 10

En la segunda semana de noviembre reaparece en escena nuevamente el personaje misterioso del hotel Mindanao. Su presencia es providencial para que la banda se sirva de nuevo de un valioso puente de oro. Por segunda vez, los salones del hotel madrileño sirven de lugar de encuentro entre el supuesto colaborador del Gobierno franquista y un intermediario de ETA. En esta ocasión acude a la cita el propio Ezkerra. 
El encuentro, para el que se ha convenido una contraseña, ha sido organizado por Kaskazuri. Como con Argala, la entrevista dura tan sólo unos minutos, el tiempo justo para que Ezkerra reciba de manos del mensajero un sobre cerrado. En su interior guarda una cuartilla con una dirección —Claudio Coello, 104—, el nombre de su propietario —Francisco Fernández Villalta— y la observación de que está en venta. Se trata de un sótano, ubicado frente a la fachada trasera de la iglesia de Francisco de Borja. Suponen que el informante anónimo está al tanto de la renuncia de la banda al secuestro y pretende facilitarles el otro plan alternativo: el magnicidio. Con aquellos datos, pone en su conocimiento el lugar idóneo desde donde ejecutar el atentado.

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