COMPARTIR:

facebook twitter whatsapp
Ocio y Cultura 05/11/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro '¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!' de Harry Harrison

COMPARTIR:

facebook twitter whatsapp

"Lunes, 9 de agosto de 1999. El siglo está en sus postrimerías. Nueva York posee una población de 35 millones de seres humanos. Viven hacinados en las casas, en los cementerios de coches que en otro tiempo fueron aparcamientos, en los viejos barcos anclados a orillas del Hudson, en los depósitos militares cerrados hace tiempo… y algunos ni siquiera tienen un techo donde guarecerse y viven simplemente en las calles. El petróleo se ha agotado, los vegetales se están agotando, la carne es un artículo de super lujo, la gente vive a base de galletas y sucedáneos extraídos del mar, el agua está racionada, y cualquier accidente puede romper este precario equilibrio. Y en Nueva York vive el policía Andrew Rusch, cuyo trabajo es investigar los crímenes que se producen diariamente en la ciudad, pero también cargar contra las muchedumbres que simplemente piden comida y agua."

Portada del libro '¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!' de Harry Harrison

Esta novela de ciencia ficción, sirvió de base para el argumento de la película 'Cuando el destino nos alcance' de 1973. Dirigida por Richard Fleischer y teniendo como actor principal Charlton Heston.

1. Extracto 1

Se lavó lo mejor que pudo con el agua que había puesto a calentar al sol, y se frotó la cara con la pequeña barra de gris y arenoso jabón hasta que sus patillas se ablandaron un poco. 
Su hoja de afeitar empezaba a mostrar visibles muescas en los dos lados, y mientras la afilaba contra la pared interior de un vaso pensó que había llegado el momento de adquirir una hoja nueva. Tal vez el próximo otoño…

2. Extracto 2

Eran casi las siete y Andy estaba hoy de servicio, lo cual significaba que debió quedar libre a las seis, aunque en la policía nunca se cumplía el horario. De todos modos, podía empezar ya a preparar la cena. 
—Para esto me dio el Ejército una excelente educación como mecánico de aviación —dijo, dando unos golpecitos a la estufa—. La mejor inversión que hicieron nunca. 
La estufa había surgido a la vida como un hornillo de gas, que Sol había convertido en hornillo eléctrico cuando los suministros de gas empezaron a fallar. Cuando el suministro de electricidad se hizo demasiado errático —y caro— para cocinar, había instalado un tanque a presión con un mechero variable que quemaba cualquier líquido inflamable. Había funcionado satisfactoriamente durante varios años, consumiendo petróleo, metanol, acetona y otros muchos combustibles, fallando únicamente con la gasolina de aviación, que había proyectado un chorro de llama de un metro de longitud, chamuscando la pared antes de que consiguiera encontrar la solución al problema. Su adaptación final había sido la más sencilla… y la más deprimente. Había practicado un agujero en la parte posterior del horno, instalando una chimenea que salía al exterior a través de otro agujero practicado en la pared de ladrillo. Cuando se encendía un combustible sólido sobre la rejilla en el interior del horno, una abertura en el aislamiento encima de él permitía que saliera el calor hasta el hornillo propiamente dicho.

3. Extracto 3

—Yo solo he bebido café durante los dos últimos años — dijo Shirl, sentándose en la silla junto a la ventana—. Me decían que no tenía el sabor del verdadero café, pero yo no podía saberlo. 
—Yo puedo decírtelo. No lo tiene. 
— ¿Ha tomado usted café auténtico? ¿Más de una vez? — Shirl no había conocido nunca a un hombre que no disfrutara hablando de sus experiencias. 
— ¿Más de una vez? Pimpollo, yo vivía a base de café. Tú eres una chiquilla y no tienes la menor idea de cómo eran las cosas en los viejos tiempos. Uno se tomaba tres, cuatro tazas, incluso una olla entera de café, y ni siquiera pensaba en ello. En cierta ocasión padecí una intoxicación de café, la piel se me llenó de manchas oscuras y todo lo demás, porque solía tomarme más de veinte tazas al día. En un campeonato de bebedores de café podría haber ganado una medalla.

4. Extracto 4

—No se lo digáis a nadie hasta que den la nota oficial, pero hay muchos problemas con el agua… y mayores problemas en perspectiva. 
— ¿Por eso nos advertiste? —preguntó Shirl. 
—Sí, oí algún comentario en la comisaría a la hora del almuerzo. Las dificultades empezaron con los pozos artesianos y las bombas de Long Island, todas las estaciones de bombeo de Brooklyn y de Queens. En el subsuelo de la isla hay una meseta de agua, y si se extrae en cantidad excesiva o con demasiada rapidez penetra en ella el agua del mar, con lo cual sale por las bombas agua salada, en vez de dulce. Ha sido salobre desde hace mucho tiempo, podía notarse cuando no estaba mezclada con agua de la parte alta del Estado, pero se suponía que se había calculado el volumen que podía bombearse sin que la situación empeorase. Pero se ha producido un error o las estaciones han estado bombeando un volumen superior al que tenían asignado, el caso es que en todo Brooklyn el agua que se recibe es completamente salada.

5. Extracto 5

— ¡No hay derecho! —estalló Shirl súbitamente—. ¿Por qué tiene que hacer Andy dos trabajos al mismo tiempo y exponerse a que le hieran, luchando por el agua para la gente de la ciudad? ¿Qué está haciendo aquí toda esa gente? ¿Por qué no se marcha a otra parte, si no hay agua suficiente? 
—La respuesta es muy sencilla: no hay ningún lugar adonde ir. Todo este país es una enorme explotación agrícola y un enorme apetito. Hay tanta gente en el Sur como aquí en el Norte y, dado que no existen medios de transporte público, cualquiera que intentara marcharse a la tierra del sol moriría de hambre mucho antes de llegar allí. La gente se queda porque el país está organizado de manera que el Gobierno pueda cuidar de ella en el lugar donde se encuentra. No comen bien, pero al menos comen. Se necesita una gran catástrofe como el agotamiento de las venas de agua en los valles de California para que la gente se decida a marcharse, o la Zona de Sequía… la cual he oído decir que se ha hecho internacional y ha cruzado la frontera canadiense. 
—Bueno, a otros países, entonces. Todo el mundo llega a América desde Europa y otros lugares. ¿Por qué no regresan algunos de ellos a sus lugares de origen? 
—Porque si uno cree que tiene problemas ha de comprender los de su prójimo. Toda Inglaterra no es más que una gran ciudad, y en la televisión vi el lugar donde el último Tory murió defendiendo los últimos cotos de caza cuando iban a ser convertidos en tierras de cultivo. ¿Quieres ir a Rusia, quizá? ¿O a China? Hace quince años que sostienen una guerra fronteriza, lo cual es un buen sistema para eliminar el exceso de población… pero tú estás en edad militar y allí reclutan también a las muchachas de modo que no creo que te gustara la perspectiva. Dinamarca, tal vez. Allí se vive bien, al menos comen con regularidad, pero han levantado una muralla de hormigón alrededor de Jutlandia con guardianes que tienen orden de disparar a matar sin previo aviso, debido al gran número de personas que intentan llegar a la tierra prometida. No es posible que esto no sea un paraíso, pero al menos resulta habitable.

6. Extracto 6

— ¿Sabes lo que significa la palabra kwash? —preguntó. Andy se encogió de hombros. 
—Algún tipo de enfermedad, es lo único que sé. ¿Por qué lo preguntas? 
—Había una mujer delante de mi en la cola del agua. Y llevaba de la mano a un niño que padecía esa clase de enfermedad, ese kwash. Pensé que no tenía que haberle sacado a la calle lloviendo como llovía. Y me he estado preguntando si sería algo contagioso. 
—Puedes dormir tranquila —intervino Sol—. «Kwash» es una contracción de «kwashiorkor». Si en interés de la buena salud contemplaras los programas médicos como hago yo, o abrieras un libro, sabrías que no existe ningún peligro de contagio, ya que se trata de una enfermedad carencial como el beriberi. 
—Es la primera vez que oigo ese nombre —confesó Shirl. 
—Ahora es poco corriente, pero en cambio abunda el kwash. Es causado por una dieta muy pobre en proteínas. Antes solo la padecían en África, pero ahora se ha extendido por todos los Estados Unidos. Parece increíble, pero no hay carne, las legumbres son demasiado caras, de modo que las madres crían a sus hijos a base de galletas y otros productos baratos, que carecen de proteínas…

7. Extracto 7

— ¿Pueden oírme todos? —inquirió Dwyer, y luego se encaramó a una silla. Era un hombre robusto, con la barbilla y el arrugado cuello de un bulldog y una voz de bajo ligeramente ronca—. ¿Están cerradas las puertas, capitán? —preguntó—. Lo que tengo que decir es únicamente para esos hombres. 
El capitán asintió, y Dwyer se encaró con los hileras de patrulleros uniformados y detectives vestidos de gris. 
—Esta noche habrán muerto un par de centenares, o quizás un par de miles de personas de esta ciudad —dijo—. Su tarea va a consistir en que esa cifra sea lo más baja posible. Cuando salgan de aquí deben de hacerlo con la idea de que hoy se van a producir motines y algaradas, y de que cuando antes acaben con ellos más fáciles van a resultar las cosas para todos. Los almacenes de la Beneficencia no abrirán hoy, y no se suministrará ningún alimento durante tres días, como mínimo. 
Su voz se elevó por encima de los repentinos murmullos. 
— ¡Silencio! —gritó—. ¿Qué son ustedes… oficiales de policía o un rebaño de viejas? Les hablo sin tapujos a fin de que puedan estar preparados para lo peor. ¿O prefieren que les dore la píldora? 
Se hizo un silencio absoluto. 
—De acuerdo. El problema se ha estado cociendo desde hace días, pero no podíamos actuar hasta que supiéramos el terreno que pisábamos. Ahora lo sabemos. La ciudad ha permanecido tranquila, recibiendo raciones completas de alimentos, pero ahora los almacenes están casi vacíos. Vamos a cerrarlos, estableceremos un balance de existencias y volveremos a abrirlos dentro de tres días. Con una ración más pequeña… y esto es materia reservada y no deben repetirlo a nadie. Las raciones seguirán siendo pequeñas durante el resto del invierno, no olviden eso, oigan lo que oigan en sentido contrario.

8. Extracto 8

La ciudad de Nueva York estaba abocada al desastre. Cada almacén cerrado era un núcleo de protesta, rodeado por muchedumbres que estaban hambrientas y asustadas y buscaban a alguien sobre quien descargar sus reproches. Su rabia les incitaba al motín, y del motín al pillaje no había más que un paso. La policía luchaba hasta el límite de sus fuerzas, pero solo se erguía la más delgada de las barreras entre la protesta furiosa y el caos sangriento. 
Al principio, los chuzos y las porras emplomadas controlaron a los revoltosos, y cuando esto falló el gas dispersó a las multitudes. La tensión fue en aumento, ya que la gente se dispersaba únicamente para volverse a reunir en un lugar distinto. Los sólidos chorros de agua de los camiones antidisturbios detenían fácilmente a los que trataban de asaltar los almacenes de la Beneficencia, pero no había suficientes camiones, ni habría más agua una vez se hubiera agotado la de sus tanques. El Departamento de Sanidad había prohibido utilizar agua del río: habría sido como rociar a la gente con veneno. La poca agua disponible se necesitaba de un modo apremiante para los incendios que brotaban en toda la ciudad.

9. Extracto 9

Los primeros trogloditas estaban saliendo de la entrada del Metro, parpadeando a la luz. 
Durante el verano todo el mundo se reía de los trogloditas —las personas a las que la Beneficencia había asignado como vivienda las estaciones del Metro, que había dejado de funcionar hacía mucho tiempo—, pero cuando llegaba el invierno las risas se trocaban en envidia. Las estaciones podían ser sucias, polvorientas, oscuras, pero siempre había en ellas unas cuantas estufas eléctricas encendidas. No vivían en el lujo, pero al menos la Beneficencia no permitía que se helaran.

10. Extracto 10

— ¿Adónde va usted? —preguntó Shirl, asombrada. 
—A hacer una declaración. A buscarme un disgusto, como ha dicho nuestro amigo Andy. Tengo sesenta y cinco años, y he alcanzado esta edad venerable permaneciendo al margen de todo conflicto, manteniendo la boca cerrada y no ofreciéndome voluntario para nada, como me enseñaron en el Ejército. Tal vez han habido demasiados tipos como yo en el mundo, no lo sé. Tal vez tenía que haber protestado mucho antes, pero nunca vi nada que me hiciera pensar que debía protestar. Ahora, las cosas han cambiado: hoy van a enfrentarse las fuerzas de la oscuridad y las fuerzas de la luz. Y yo voy a unirme a las fuerzas de la luz.

0 Comentarios

Cargando

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para el correcto funcionamiento del sitio y generar estadísticas de uso.
Al continuar con la navegación entendemos que da su consentimiento a nuestra política de cookies.
Continuar