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Ocio y Cultura 23/12/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'Historia de un vasco. Cartas contra el olvido' de Iñaki Arteta

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"A través de diferentes momentos y situaciones vividos en el País Vasco en su juventud, Iñaki Arteta trata de explicar a los jóvenes, de explicarnos y de explicarse, cómo fue posible que durante varias décadas ETA sembrara de muertos la incipiente democracia española con el beneplácito, cómodo o cobarde, de la mayor parte de la sociedad vasca y el apoyo de la ideología que justificaba los asesinatos.

Una alerta para los jóvenes actuales, fácilmente manipulables con soflamas de “libertad”, “independencia” y “paz”, que esconden acciones excluyentes de odio al vecino y superioridad de pueblos, ideologías o creencias."




1. Extracto 1

Como mucho, lo que se podía escuchar eran frases como “esto no puede ser… No puede durar mucho”, “a nadie le gusta esto”, “no es para tanto”, “todo se arreglará”, “hay que dialogar”, “no hay derecho a lo que ha hecho la policía”… A aquellos que dicen que al terrorismo lo venció la sociedad vasca yo les digo que el terrorismo habría durado quinientos años de haber sido por la sociedad vasca en su conjunto. Hubo valientes, claro, pero en la misma cantidad que en cualquier otra situación extrema: pocos.

2. Extracto 2

Mi aitite (abuelo) fue elegido concejal por el Partido Nacionalista Vasco en el municipio de Sestao (Bizkaia) en las extrañas elecciones del año 1936, justo antes de la guerra. Eso le llevó a la cárcel, recién iniciada la contienda, en la que estuvo aproximadamente dos años. Al salir perdió su puesto de trabajo en los Altos Hornos, lo que le llevó a trabajar  y a vivir a Sevilla (donde nació mi tía A) y años más tarde a Zaragoza. En la capital aragonesa mi querida tía A estudió Filosofía y Letras, y en la facultad coincidió con un sacerdote, diez años mayor que ella, llamado Xabier Arzallus, con quien hizo amistad. Arzallus visitaba regularmente a mi aitite para que le contara historias de la Guerra Civil, supongo que para recabar las impresiones directas de un auténtico testigo nacionalista, ya que su familia era carlista, y su padre, miembro de la guardia de honor de Franco. En 1970, con casi cuarenta años, Arzallus dejó de ser sacerdote para dedicarse a la política y formar una familia. Tuvo tres hijos.

3. Extracto 3

La radio
Un día, justo antes de empezar a comer, escuchamos: “En la tarde de ayer fue tiroteado un taxista cuando se disponía a…”. Silencio en la cocina hasta que terminó la locución: “…todo indica que el atentado ha podido ser cometido por la organización separatista vasca ETA”.
Quizá fue esta la primera ocasión que escuché la descripción de un asesinato. Recuerdo tres cosas más de aquel día: la primera, la imagen de la radio (grande y blanca con algunas piezas en rojo), a la que me quedé mirando fijamente mientras duró la transmisión de la noticia; la segunda, la distancia –me pareció enorme- que me separaba del aparato; la tercera, la voz de mi padre, que susurró por detrás de mí: “algo habrá hecho”.

4. Extracto 4

ETA
Los hijos de muchos militantes nacionalistas apoyaban a la organización como principiantes, participando en pequeños sabotajes, en el reparto de octavillas en su pueblo de veraneo (como un primo de mi madre) o colocando ikurriñas en sus ratos libres, elevando hasta el infinito su prestigio personal entre los amigos. Los más lanzados se atrevían a informar de gente sospechosa del pueblo o a robar coches para la organización. A ninguna familia bien le entusiasmaba que sus hijos se enredaran en cuestiones no legales, pero la causa de la Patria amortiguaba –al menos en los comienzos de la banda- el disgusto. Cuando la cosa se puso más agresiva y peligrosa, la “cantera” nacionalista burguesa disminuyó hasta casi desaparecer, para pasar el relevo a chavales de clases más bajas o a hijos de inmigrantes que a saber por qué extrañas razones fueron tomando posiciones en las direcciones de los comandos más importantes de ETA. Lo mejor es que otros te hagan el trabajo sucio.

5. Extracto 5

Como testigo que fui de aquellos años finales de la dictadura, yo solo puedo hablar con conocimiento de causa de lo que viví, que en nada se parece a lo que pasó en los años inmediatamente posteriores a la guerra. Quizá una de las cuestiones tabú y que más reparo produce exponer es la falta de testigos de la brutal represión que en términos apocalípticos se da por seguro que sucedió en la tierra vasca en aquellos últimos años de la dictadura, una represión que de alguna manera muchos usan para justificar el nacimiento de ETA. Porque jamás escuché decir a ninguno de mis compañeros de clase o de mis hermanos –no digo un testimonio directo, ni siquiera un rumor- que algún familiar suyo hubiera sido represaliado, detenido o molestado por la terrible policía franquista. Al menos en mi pueblo, yo no conocí (creo que no existió) ninguna protesta popular por alguna acción de ese tipo en aquellos años.

6. Extracto 6

Yo tuve la suerte de que la vida que conocí, en un territorio situado teóricamente en el bando de los perdedores, era absolutamente corriente, tranquila, sin sobresaltos. Los chicos al colegio; las madres iban de compras, aunque a veces quedaban con sus amigas en alguna cafetería; los padres a su trabajo y a tomar sus vinos por la tarde; los sábados de nuevo al patio del colegio a jugar a fútbol con los amigos, y los domingos a comer unas rabas con los padres en algún bar, donde coincidíamos con otros niños como nosotros. No soy tan iluso para equiparar esto con la felicidad; sé que todos esos recuerdos tienen su intrahistoria de conflictos, amores, desamores, amistades, enemistades, problemas económicos, frustraciones, enfermedades… Lo único que digo es que esas costumbres sociales, esa vida abierta y alegre no se veía impedida por nadie. Gente corriente que hacía vida corriente, divertida y tranquila. Para la gran mayoría, el miedo había desaparecido, bastaba con no hablar de política en lugares públicos. Es decir, una existencia a años luz de la famosa Archipiélago Gulag (1973), de Alexander Solzhenitsyn, donde el escritor ruso denuncia el sistema de represión comunista de la Unión Soviética de entonces.

7. Extracto 7

Tras la muerte de Franco
Parecía que se quisiera reventar la relación con España, pero, en realidad, pronto se descubrió que el negocio estaba en tener más privilegios que el resto. Este fue el gran invento de los burguesitos nacionalistas: el enemigo amable. Odiamos a nuestro propio país, pero veraneamos en él tranquilamente, en La Rioja, en la costa cántabra, en las playas de Cádiz, en Galicia…¡Por Dios!, en ningún conflicto de verdad se elige pasar el verano en territorio enemigo…

8. Extracto 8

Año 1976
Así, entonábamos el jingle Bells, pero con una letra adaptada a favor de los presos etarras, siguiendo exactamente la campaña diseñada por los ultras-abertzales: “…Presoak kalera, txakurrak kanpora, exiliatuak hona amnistía denontzat, hey!” (…Presos a la calle, “perros” fuera, exiliados de vuelta, amnistía para todos, ¡hey!).

9. Extracto 9

19 de marzo de 1988, plaza de Mondragón.
Homenaje al etarra Txomin, organizado Herri Batasuna.
Entre intervención e intervención los gritos fueron subiendo de intensidad. Casi al final, la plaza rodeada por edificios más bien bajos atronó con los gritos unánimes pidiendo “ETA, mátalos”  La voz unísona, clara, en perfecto castellano (curiosamente, en un pueblo mayoritariamente euskaldún), que parecía ensayada o al menos la preferida de los presentes, se repitió una y otra vez reventando mis oídos y helando mi alma. Solo había ido a fotografiar, pero no era posible abstenerse a aquellas dos palabras: “ETA, mátalos”. Solo allí podía gritarse semejante cosa en público y que no pasara nada.

10. Extracto 10

El desánimo volvía cíclicamente tras el fracaso de esas negociaciones. Y los periodistas escribían con la cabeza baja en las comparecencias públicas de los dirigentes de HB en el País Vasco, como para evitar que se les viera la cara y fueran reconocidos.
Estuve en unas cuantas ruedas de prensa de esas. Un buen número de periodistas apuntaba en sus libretas el hipócrita discurso que se les dictaba ese día. Con voz firme y clara, los dirigentes ultranacionalistas articulaban, con perfecta sintaxis castellana, la justificación de un asesinato o de siete, sin olvidar señalar que era la victimización del entorno abertzale lo que llevaba a la lógica de ETA. La exposición de argumentos solía concluir invariablemente con una invocación a sus deseos de paz y con la receta de solución a aquel “problema”: que se aceptaran todas sus reivindicaciones. 
Sin levantar la mirada, periodistas de todas las edades apuntaban en silencio. No había preguntas y menos una observación inoportuna, no digamos un reproche velado. El silencio era extraño y comprensible a la vez, pero también exasperante, humillante.
¿Te digo lo que ocurría? Que a quienes hablaban no convenía importunarles. Los periodistas, jóvenes la mayoría, tenían delante a unos hábiles justificadores del asesinato organizado a los que la justicia no quería o no podía impedir que se expresaran de aquella manera amenazante. Los periodistas tenían la absoluta certeza de que eran gente peligrosa (de una apariencia normal) y que ser señalados por ellos, fuera por una cuestión de antipatía profesional o por representar a un medio considerado por ellos hostil, les ponía en una situación personal muy delicada. Ya habían asesinado e intentado asesinar a otros periodistas. No era ninguna broma. A nadie le pagaban tanto como para saltar la valla de la prudencia y hacerse el héroe por el sencillo acto de hacer en público, frente a frente, una pregunta incómoda a esos representantes del terrorismo.

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