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Ocio y Cultura 03/12/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'Yo también fui a EGB…y tampoco fue pá tanto' de Arturo González y Sergio Fernández “El monaguillo”

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"Alguien tenía que decirlo: Rebobinar un casete con un boli era un rollo. En los ochenta la gente llevaba hombreras y el pelo cardado. No se vestía, se disfrazaba. Marco era un llorica, Heidi gritaba demasiado y Naranjito… ¡¡era una naranja con piernas!! No tener teléfono móvil era un infierno. Los columpios eran de hierro oxidado. El Tragabolas no funcionaba nunca. En las habitaciones de los hospitales de maternidad se podía fumar."

1. Extracto 1

–Cuelga el teléfono, que me voy a conectar a Internet. 
Sí, amigo, esta frase tuvo sentido en la vida de aquellos que te dicen que como en sus tiempos no se vive ahora. Tendríamos que remontarnos a la época en la que solo había… ¡un teléfono! en cada casa —porque lo de las señales de humo ya nos queda lejos—. Repetimos otra vez para que los más jóvenes puedan visualizar el horror: ¡¡solo había un teléfono en cada casa!! 
No busques más que no hay. Ni había móviles ni teléfonos en las habitaciones. Solo existía uno con una rueda que había que hacer girar para ir marcando los números que completaban aquel al que tenías que llamar. Para marcar el siete, por ejemplo, tenías que meter el dedo en el agujero del siete, hacerla girar y esperar a que la rueda volviera a su sitio antes de poder marcar el siguiente… Te puedes imaginar lo que era hacer una llamada de emergencia. Para cuando habías marcado todos los números de los bomberos la cocina ya estaba como el recibidor de Mordor.

2. Extracto 2

JKAJHSDKLAJSLSLAÑOQJ. 
Puede que el título de este epígrafe te parezca raro, puede que pienses que está escrito en klingon o incluso, para las mentes más brillantes, puede que creas que somos idiotas. Dejando de lado a los que piensan esto último, la verdad es que hemos intentado reproducir exactamente el sonido que hacía el ordenador antes de conectarnos a Internet.

3. Extracto 3

Los chats más famosos eran Terra, Ozú Chat, Olé Chat —los nombres los debía poner Lola Flores—. Lo que hacíamos era meternos en una de sus salas… Las salas estaban distribuidas por temáticas de interés: cine, literatura, música… No había ninguna que se llamara «En realidad entro aquí a ver si pillo cacho», aunque en el fondo todas eran para lo mismo. Pero, ojo, antes habíamos tenido que elegir un nick. Era importante saber escogerlo bien, debía ser seductor, que llamara la atención… Así que, si eras chica te ponías Conejita69 y si eras chico Penetrator20cm. Elegancia máxima.

4. Extracto 4

Si buscáramos una única palabra para definir cómo eran los muebles de nuestra infancia, ninguna sería más apropiada que la de «mazacote». Estaban hechos de la misma materia de la que están construidos los búnkeres. Eran muebles que nos podían proteger de una posible guerra mundial Z; cada cajón pesaba una barbaridad. ¡Demasiado poco habían tardado en llevarlos a casa! 
Cuando se colocaban en un sitio ya no se movían nunca de allí y acababan fundiéndose con el suelo.

5. Extracto 5

En nuestra infancia lo de fumar era una cosa pa hacer gracia. Era bastante normal hacerle una foto a un bebé con un cigarro encendido en la boca y que toda la familia se partiera de risa. Y tal y como dice el título de este capítulo, aprovechar las bodas y las Nochebuenas para darle a la criatura un poco de vino y ver qué cara tan graciosa ponía al notar el sabor… ¡Entonces sí que sabíamos reírnos de la infancia!.

6. Extracto 6

Antes todo era más relajado. El señor quiosquero —del que hablaremos muy profundamente en este libro— vendía las gominolas mientras se fumaba un puro pinchado en un palillo para aprovecharlo bien. La misma mano que cogía el puro era las que nos daba las moras rojas y esos chicles de bola que no venían envueltos. Y por supuesto, si pedíamos un par de Fortunas sueltos, el bueno hombre nos los daba encantado, no sin antes decirnos que éramos muy pequeños para fumar.

7. Extracto 7

Los televisores antes eran muebles de verdad, con más trasero que Kim Kardashian y con gran capacidad para albergar figuritas de gatos, gallos de Portugal y marcos de fotos familiares. Aquello parecía un mercadillo. Todo lo que llegaba a casa se colocaba encima de la tele.

8. Extracto 8

Antes íbamos en el coche donde podíamos o queríamos. Cuando éramos muchos, los niños viajábamos siempre en la parte de atrás. Podíamos ser quince, que no había problema. Eso sí, cuando íbamos solos con nuestro padre nos sentábamos a su lado, de copilotos —¡¡y también sin cinturón! ¿Estamos locos?—, y si estaba animado nos invitaba a subirnos en sus piernas para que lleváramos el volante mientras nos daba indicaciones con un cigarro en la boca.

9. Extracto 9

Los parques de entonces no estaban del todo homologados para que los niños pudieran jugar, para que pudieran corrrer, para que… Digámoslo ya: ¡¡había zonas muy peligrosas!! Solo los hijos de Chuck Norris o Jordi Hurtado podían sobrevivir a un día entero en un parque sin sufrir cortes, roturas, moratones o las palicillas que nos daban los de otro barrio que había venido a ajustar cuentas.

10. Extracto 10

Un billete de mil pesetas duraba en el bolsillo toda la noche: podíamos ir al cine, invitar a la novia a ver una peli y luego a tomar una cervecita para ponernos cariñosos, y aún sobraba para coger el autobús y volver a casa, o por lo menos quedaban monedas para llamar desde la cabina y despertar a tu padre para que te recogiera porque después de la cervecita, llegaron las tapas y las copas — tu padre se levantaba de la cama y se metía en el coche directamente con el pijama—. Ahora un billete de cincuenta euros se autodestruye cuando sale de la cartera, y los números se empiezan a borrar como la foto de Regreso al futuro.

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